El armenio

El Armenio
Se parecía a las tardes neblinosas por su silencio y su distancia natural de ser profundo. Nadie conocía sus sueños ni sus temores. Nadie se le acercaba por simpatía o cordialidad, pero tampoco era huraño ni mezquino, y cuando uno lograba adentrarse un poco en sus afectos, alcanzaba a arrancarle una sonrisa melancólica que impresionaba por su misterio y dignidad.
Alguna vez se me acercó en la plaza donde yo leía con frecuencia para pedirme un cigarrillo. Se notaba el esfuerzo que hacía al pedir, por todas las explicaciones que daba sobre un acto tan insignificante como compartir un cigarrillo. Yo se lo di y me ofrecí a encendérselo para redoblar la cortesía y ganar su acercamiento. Se sentó en el mismo banco y disfrutó el placer de fumar como si fuera un hecho prohibido. Cuando hubo terminado me agradeció el obsequio y se excusó de nuevo, pero cuando le dije que se quedara con la caja, comprendió que no estaba solo, y comenzó a contarme cigarro tras cigarro, la circunstancia que lo había traído al país, y lo difícil que veía regresar a una patria de la que había huido forzosamente, por razones de persecución política.
.-No podría contarle lo que significa abandonarlo todo en un momento, para salvar la vida. No tengo las palabras, ni puedo hablarlo con todo el mundo. La gente coge a aconsejarme y eso me hace sentir peor. Abandonarlo todo de manera obligada, es morir en vida. Yo soy un muerto que fuma y camina.
Cuando me aclaró lo de los consejos me atajé a tiempo para no hacer lo mismo, porque ya me disponía a darle algunas recetas sobre como ganarse la vida y reconstruir la esperanza. Solamente me limité a preguntarle cómo había hecho para recorrer tanto camino, y aterrizar en un país tan lejano y distinto, pero no me respondió, sino que me pidió el libro para saber qué estaba leyendo y comentar otras obras del autor que, por supuesto, demostraba que lo conocía con soltura. Al rato se despidió señalando la caja de cigarrillos en tono de gratitud por lo oportuno, al mismo tiempo que prometió traerme algunos libros de los que ya había leído.
Un tiempo después lo encontré en un parque. Siempre me le acercaba para reforzar una amistad que me parecía inquietante, por su parentesco con personajes como Harry Haler, o el Jean Baptista de Camus, que cuenta su historia desde la derrota. Nos fuimos al cafetín y me señaló una mesa medianamente apartada para conversar sin involucrarnos con el resto de la clientela, y fue ahí donde comenzó el relato de su travesía por muchos países hasta llegar al nuestro por una circunstancia determinada más por el sino, que por la propia voluntad conciente. “Tengo que obedecerle a lo que llamamos el destino -me dijo- toda mi vida ha sido de esa manera. Cuando me opongo y trato de huirle, las cosas me salen al revés. Conozco varios idiomas. Yo trabajaba como traductor en mi ciudad. Mi abuelo me advirtió en un sueño que no captara esos papeles que me iban a llevar, pero no le obedecí. Eran unos documentos confidenciales del gobierno, y apenas tuve tiempo de salir con algunas cosas la noche antes de la citación que la policía política me envió, para que declarara lo que sabía”
Por mucho tiempo guardé un papel donde él iba anotando, por su costumbre de traductor, cada paso que había dado desde que huyó de su ciudad hasta que llegó en barco a Suramérica. “Mi abuelo se me presentó de nuevo en otro sueño y me reclamó por haber aceptado esos papeles, y por mi torpeza, al fugarme sin saber lo que la policía quería saber de mi”
Fue toda una mañana fumando y tomando café, mientras el armenio me contaba los pormenores de su fuga, sin saber nada de su familia, y cada vez con menos recursos económicos para sobrevivir. “Entonces me topé con un libro que contaba mi historia. El personaje tenía otro nombre y era otra ciudad, pero yo sabía que era mi historia, y en ella decía que el personaje se había ido en barco a la América del sur, a donde pudo llevar a su familia y empezar una nueva vida. Yo le pedía a mi abuelo que se me presentara en un sueño para darme una pista, pero seguro estaba muy molesto conmigo por desobedecerlo, y tuve que hacer las cosas sin estar seguro de nada, excepto de la guía que me daba el libro que contaba mi vida”
Yo estaba impresionado. No sabía qué pensar de todo aquello. Era demasiado para un joven de apenas 20 años, comprender la dimensión de un relato cercano a lo fantástico, pero contado por un ser extremadamente lúcido, de quien costaba dudar. “En Italia conocí a unos paisanos, y uno de ellos era navegante de un trasatlántico. Con él conseguí llegar hasta La Guaira y llevó 2 años en este pueblo esperando que mi abuelo me hable, para saber por qué estoy aquí”
Un día no lo vi más. De eso hace muchos años. Nunca supe si su abuelo se le había aparecido de nuevo, o si encontró otra pista como el libro, que le indicara un camino diferente, al que tenía en este pueblo de mucho frío y lluvia, gran parte del año.

0 comentarios:

Publicar un comentario