Una decisión a destiempo

Una decisión a destiempo

Hace siete años alquilé un apartamento en el Edif. Tamarí de Los Teques, bajo un contrato de renovación cada doce meses, salvo previo aviso de rescindir el acuerdo. A los cuatro años de la transacción le solicité el inmueble acatando todos los reglamentos de ley; es decir, la oferta de venta del apartamento en primera instancia; la solicitud por escrito de desocupación en caso que no quisiera o no pudiera comprarlo, la concesión del tiempo que le asiste por derecho para que buscara otra residencia, más tres meses de gracia por alguna eventualidad mayor.

No pudo comprar el inmueble, pero tampoco desocupó como habíamos convenido. Argumentó que pensaba comprar en otra parte, y que por tanto requería un lapso mayor para agotar las diligencias. Me pareció razonable y se lo concedí sin ninguna premura. Casi al año me informó que la habían estafado en la compra de una casa y que ahora le era imposible la adquisición de una vivienda. Nueva prórroga por escrito, y la promesa de que en seis meses tendría mi apartamento tal como lo recibió. Llegó navidad, momento en que se cumplía el aplazamiento, pero esta vez me argumentó que su madre estaba enferma del corazón y no había podido diligenciar la mudanza, que le tuviera consideración, y no demandara ante los tribunales, pues si la desalojaban, su madre podía sufrir un colapso de muerte, por su delicado estado de salud.

Me formé en unos valores cuya esencia pudiera resumirse en dos palabras: no dañar; a menos que fuera forzoso para defender mi integridad, por eso no actué de manera judicial, y porque todavía creía en su buena fe.

He leído suficiente literatura para saber que en la vida es casi inevitable ocasionar incomodidad o dolor a otro, en el resguardo de nuestros intereses, pero -debo confesarlo- a pesar de tal discernimiento sobre las cosas, fui laxo de carácter y permití que me manipulara con el argumento de la enfermedad de su madre.



Una cuñada mía que vive en un tercer piso, sin ascensor, enfermó y debió ser operada de la cadera. La recuperación puede durar mucho tiempo, por lo que mi hermano me sugirió lo del apartamento. Hablé con la Sra. y con su madre. Le ofrecí dinero para que cancelara el arriendo de medio año en otra parte. Nada. Le busqué algunas alternativas habitacionales. Nada. Cuando tomé la decisión de proceder judicialmente, salió una resolución de prohibición de desalojo que me inhabilitó para disponer de mi propiedad, hasta tanto el gobierno le consiga una vivienda, según la nueva ley. ¿Cuándo? ¿5, 10 años?
Después de asesorarse con algún abogado con un alma semejante a la suya, ella empezó a depositarme el dinero del arriendo en un tribunal…

Nada de lo vivido me permite discernir, ante esta realidad que se nos impone (prohibición de desalojo), cual será la reacción que sobrevendrá en el país cuando todo un mundo de propietarios vean afectados sus intereses.
¡El alma colectiva es impredecible, y a veces también incontrolable. No es aconsejable provocarla!

César Gedler