César Gedler, filósofo de lo cotidiano

César Gedler, filósofo de lo cotidiano

Hace unos diez años, conocí a César Gedler. Me lo presentó un gran amigo, Daniel Oliver, uno de esos seres que quedan para siempre, cuando les toca partir. Dejan un amigo o una estrella, para que con ellos puedas buscar tu propia brújula. Un hombre que nos recordaba que la amistad es la única isla en la que no estamos solos. Una tarde Daniel y yo subimos a Los Teques, y allí me presentó a César Gedler. Nos recibió en su bungalow, una biblioteca de libros raros, que algunas veces se transforma en casa y otras en alfombra mágica o en posada. César es una suerte de filósofo de lo cotidiano. Otros van a buscar sus fuentes de inspiración en Nueva York o en París, o requieren apoyarse en los posmodernos para parecer que están al día. Miran con cierto desprecio lo nuestro para sentirse superiores y hacen sus citas bibliográficas con base a las normas APA para recordarnos sus doctorados. A veces les da por parecer populares. Entonces la cosa es peor. Se apropian de un área del conocimiento y cual señores feudales, no permiten que nadie ose pisar sus dominios. Que si el tema de lo afro es mío, que el único que puede hablar de los indígenas soy yo, que si el especialista en clase obrera es este que está aquí, o el tema de las mujeres no me lo toques, que ellas son mi especialidad. Como en los viejos tiempos, esos negros, esos indios, esas mujeres y esos obreros siguen generándoles plusvalía a sus nuevos propietarios.
César ha roto con todo eso. Y lo ha hecho porque cree en la gente humilde y en su cultura. Por eso escribe sobre mestizaje y sobre joropo. Admira y respeta a la gente humilde. Se plantea, simplemente, ser resonancia del corazón de este pueblo en el tono de su piel, la palma en el aplauso, el crepitar de la leña en la alta noche, una de las cuerdas del arpa cuando entra en contacto con la mano que la libera; abrazo de bienvenida en la fiesta, verso del cantador, aguardiente que se derrama en el caney, zumbido de las maracas al comenzar el baile, o parte del polvo que se levanta con el zapateo del bailador. César Gedler es voz fuera del bullicio, ensalme contra el olvido, promesa de que el futuro no se hará a expensas de despreciar el pasado, sino de incorporarlo al porvenir, confirmación de que la grandeza se construye en la reunión de las pequeñas cosas. Porque ¿no es acaso el corazón un pequeño músculo del tamaño apenas de un puño y, sin embargo, es capaz de albergar los más altos ideales y las mas intensas emociones al impulsar a hombres y mujeres a los más abnegados sacrificios, tanto en la vida cotidiana como en la colectiva, solo en nombre del amor? Para César “el arte no se agota en los museos o salas de conciertos, también debemos buscarlo en cualquier indicio que eleva la inspiración por encima de las sombras cotidianas” (Gedler 2008:17) César Gedler acaba de ganar el premio Historias de barrio Adentro, con su libro, Tren sin retorno, publicado conjuntamente entre el fondo editorial del Ipasme, y el Instituto de Mejoramiento Profesional del Magisterio, de la Upel. Rosalina García, que prologa el texto nos dice: “El autor, habitante de los sueños, de las evocaciones, de una dionisíaca vivencia, asume la escritura de estos textos como una oblación a lo intemporal del corazón humano y a lo divino, representados en lo más sencillo y entrañable de la vida: la infancia, los seres queridos, la juventud, los espacios que habitó, las voces oídas, los personajes encontrados en esta perdida “aetas aurea” que fue Los Teques.”(Gedler 2008:11)

Podemos decir por nuestra parte, que la reactivación de la memoria ancestral es un acto de sacralización, y esto es lo que nuestro amigo hace en Tren sin retorno, al recuperar del cause profano, como dijera Mircea Eliade, los hechos, personajes y lugares que le dieron un perfil definido a su vida. Nos lo dice en otro de sus textos: (Gedler 1993: 17)
“Aun así, la estrella que iluminó desde un principio la ruta de este canto no se ha apagado todavía, y la misión de algunos está en recuperar la fuerza de esta expresión espiritual que sobrepasa lo inmediato de una melodía para situarla en la historia íntima de un lugar y un tiempo que no debe morir sin haber agotado la inspiración que la hizo posible”

Pero la recuperación de la fuerza espiritual de una expresión colectiva debe darse como un acto de libertad. Quien lo hace debe tener la capacidad de manejar los códigos de esa expresión, para no deformarla.
Para finalizar, una anécdota. Cuando César terminó de escribir su tesis sobre el Joropo Central, se le acercó uno de sus profesores, uno de esos doctores que confunden la información con la sabiduría y “al leer unas páginas de lo que inocentemente yo creía una tesis. Me miró largo e indulgente y me dijo lacónico que mi manera de escribir no conducía a la verdad. Sería que me agarró mal parao, porque mi primera reacción fue defenderme, pero cuando repitió “!no conduce a la verdad!” me di cuenta que la mentalidad de aquel hombre era como una rockola, que repite siempre las mismas canciones. Entonces me tocó callar, convencido de que no había manera de entendernos, y que no tenía más remedio, si quería aprobar el postgrado, que ajustarme, y explicar racionalmente al azar y la aventura, para que no se enardeciera contra mi” (Gedler, 2005:16, 17)

Sería deseable que César siga escribiendo esos libros que no conducen a la verdad, sino al amor, porque para decirlo otra vez en sus propias palabras:
“Frente a esta desdichada verdad, nuestro heroísmo debe consistir entonces en resguardar la unidad primordial de la existencia, a través de nuestros sueños y esperanzas, de nuestras utopías e imposibles, y de todas las creaciones con las que el hombre mantiene vivo su corazón.” (Prólogo Sánchez: 2005: 12)

Referencias:
Gedler, C. Los Joroperos del Centro. Ateneo de Los Teques, 1993
Gedler, C. El Coplero de Guareguare. Gob. Edo. Miranda. 1996
Gedler, C. Rito de Palabras. Fondo Edit Ipasme. Caracas 1995
Gedler, C. Tren sin retorno. Fondo Edit. Ipasme. Caracas 2008
Sánchez P., Abel. Existencia y Vida. Fondo Edit Ipasme. Caracas 2005

José Gregorio Linares