En un mundo en el que muchos apuestan por el odio y
la violencia como método de sometimiento y dominación, resulta extraño y paradójico
encontrar seres dispuestos a darlo todo por el bienestar del prójimo, como si
para ellos el amor, en su expresión mas elevada, se alimentara no tanto de lo
que reciben, sino de lo que dan.
Me refiero a Josefina Flores de Escalona, “Josefita”,
una mujer de 72 años, venida del Táchira, y residenciada en Los Teques desde su
juventud, que sin ningún alarde ni publicidad, entrega sus días, su fuerza, su
esperanza y su afecto a una labor social que poca gente estaría dispuesta a
emprender, por la naturaleza misma de su actividad, y porque no recibe ni ha
recibido, en los 10 años que lleva en ese apostolado, ningún pago monetario, ni
dádiva alguna.
Todo comenzó con un encuentro metafísico que
transformo su vida. Nada presagiaba en ella que asumiría un apostolado que
sobrepasara todos sus cálculos en el orden del servicio, pero así fue. Después
de experimentar un encuentro interior con la divinidad, se desarrolló en ella
una disposición franciscana hacia los seres más desasistidos y repudiados, los condenados de la tierra, para
valernos de la expresión de Franz Fanon, que fue creciendo sin tregua, hasta convertirse
en su misión de vida, como lo entendieron la Madre Teresa de Calcuta, o la
Madre María de san José.
Para “Josefita” no hay distinción. Igual puede
tratarse de un mendigo, de un delincuente, de una prostituta o de un enfermo
mental, y a todos los acepta con el mismo ánimo, con la misma entrega y
devoción a la hora de bañarlos, vestirlo, alimentarlos o escucharle sus penas,
porque todos, para ella, son hijos de Dios, y esa es la única condición cuando
se trata de atenderlos en El Comedor de
la Iglesia, un pequeño local remodelado con muy buen gusto por el
Metro de Los Teques, ubicado en lo que fue algún día el Mercado Principal,
posteriormente el Cuerpo de Bomberos, y después la Zona Nro 1 de la Policía
Estadal.
Lo particular en todo esto, es que El Comedor de la Iglesia se abastece solamente
de los donativos que algunas personas le ofrecen a la comunidad eclesiástica, y
la ayuda que le brindan a “Josefita” su hijo Luis Escalona, y su nuera Rafaela
Sánchez de Escalona. El Comedor fue creado
por el párroco Luis Igartua, “El padre Luis”, encargado de la Iglesia El Carmen hasta su muerte, y que dejó
obras como la Carpintería y el Ancianato de Guaremal; La Clínica de la
parroquia El Carmen, algunas capillas en barrios y caseríos, y algunas otras
obras de servicio social.
Un día que el sacerdote preguntó desde el púlpito si
alguien estaría dispuesto a cuidar a San
Onofre, un mendigo al que llamaban de ese modo por el parecido físico con
el monje eremita, la primera en levantar la mano fue “Josefita”. A San Onofre lo había atropellado un carro
y tenía una pierna a punto de gangrena, por lo cual necesitaba asistencia
completa.
Cuando la familia de la samaritana, llena de sorpresa
y confusión le preguntó por qué había hecho aquello, ella sin más le respondió
que era una obra que El Señor le
pedía, y ante ese argumento todos callaron, convencidos del carácter
irrevocable de su madre.
Por esos mismos días al rezar el rosario, El Señor le habló otra vez para pedirle
que hiciera una gran comida y alimentara a todos los mendigos que frecuentaban
la plaza frente a la Iglesia. “Josefita” siguió las instrucciones y al ver la
alegría de aquella gente, conversó con el párroco para repetir la experiencia,
pero el Padre Luis fue más allá, y
enseguida dispuso uno de los locales donde guardaban las imágenes de los santos,
para convertirlo en el Comedor de los desamparados.
No ha faltado, desde luego, quienes discutan la
validez de esta acción, de esta forma -llevada hasta los límites- de la caridad
cristiana, pero el alma de esta mujer no está hecha para elaborar argumentos,
sino para la fe, y para la acción que deriva de esta fe. Así fue cuando
visitaba a los presos en compañía de las Mercedarias,
y así ha sido para responder a cualquiera solicitud de ayuda, y para enfrentar
las adversidades que surgen de una tarea tan difícil, como lo es lidiar con
personas que desconocen y transgreden las reglas del juego, y al mismo tiempo
demandan atención. ¡Esa es su prueba de
resistencia!
Mientras tanto en cada mediodía, sin importar que la
lluvia lo moje todo, o que el calor sofocante reseque las hojas de los árboles,
los comensales seguirán llegando al Comedor
de la Iglesia, confiados en que ahí está su alimento, y también “Josefita”,
con el corazón abierto para ellos.
César Gedler
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