80 años de maestra Elena



 80 años de maestra Elena

Su niñez la resume como recuerdo en el delirio de recoger mariscos, cuando la lluvia y los ríos que desembocaban en el mar, formaban unas inmensas mareas que arrojaban a las playas y acantilados, cantidades de camarones tan rojos y brillantes como los corales.
Nos referimos a Elena Guerra, la maestra Elena, quien nació el 2 de noviembre de 1933 en el pueblo de Carúpano, frente al intenso mar que se abre al atlántico.  Al llegar a Los Teques para seguir estudios de normalista, su más honda impresión fue aquella neblina blanca y espesa que se apoderaba de las tardes, obligando a los hombres y mujeres de esos días, a cubrirse con sombreros y unas capas de paño, que le llegaban más abajo de la rodilla.
“En las tardecitas, despachábamos a los muchachos de la escuela y nos veníamos caminando las maestras por la línea del tren. Entonces veíamos como se encendían los bombillos rojos de algunas casas, anunciando que ya las mujeres estaban preparadas en su oficio, para atender a los hombres”, nos comenta evocativa la maestra Elena, repasando  aquellos días “cuando la palabra empeñada era un signo de honor, de integridad, y su incumplimiento una vergüenza”
La conocí por mediación de mi madre, Mercedes Lozada de Gedler, y por mi tía Thelma Lozada de Izarra, pertenecientes las dos a la legión de pioneras de la educación en la región de Guaicaipuro, cuando las maestras enseñaban a leer y escribir, pero también se esmeraban en la higiene, y formación ciudadana del niño: le sacaban los piojos y le cortaban las uñas, le procuraban vestimenta a través del Ropero Escolar, le enseñaban el trato cortés y respetuoso hacia los mayores, y lo que seguramente les quedaría impreso de por vida, que el saber nos confiere una segunda naturaleza.
Fue cofundadora,  de la que hoy es la escuela Cecilio Acosta, grupo escolar La Macarena, escuela Higuerote, convertida después en Simón Barreto Ramos, en La Matica, y de la escuela Guarenas, en el Rincón. Y al decir fundadora hablo de hacer el censo para atraer los alumnos; buscar los pupitres en colaboración, pintar los pizarrones en la pared, y hasta quitar las goteras. “Todo eso lo hacíamos las maestras sin que nos pagaran ni medio más”
La señora Elena heredó el porte de las mantuanas carupaneras descendientes de los corsos. Alta, de tez blanca y ojos claros, correcta dicción, un caminar lento y firme y la mirada penetrante de quien sabe escuchar. Sin embargo, su temperamento profundamente humano, nos advierte sobre la presencia de alguien que ha sabido soportar los padecimientos que impone la vida -que en su caso los ha tenido de sobra- con entereza estoica, sin el mal gusto de la queja permanente, quizás en correspondencia con aquella expresión española, tan inculcada en los hogares de ayer: nobleza obliga.
Durante toda mi vida me ha gustado la lectura. Disfruto leyendo a los grandes escritores, la vida de los santos, y sobre todo la Biblia. Es una costumbre que me viene del hogar, pero también de mi oficio de maestra”
Cuenta con una poderosa intuición, un don que le permite adentrarse en las dimensiones transpersonales, o lo que es lo mismo, en las percepciones que sobrepasan la conciencia ordinaria. Algo en ella se eleva o se extiende hasta descubrir lo que para la gente común está oculto, o es imperceptible. Es un carisma que la asiste desde niña, y de lo cual nunca ha querido hacer diferencia ni sacar ventaja, sino que lo experimenta en la intimidad, en su fervor religioso, en su sentido del bien y la justicia del cielo y la tierra.
“Por eso entré en la Renovación Carismática. Para mi la oración tiene un sentido muy profundo. Lo que me ocurre cuando estoy en oración no lo puedo explicar. Siento que me voy, que me pierdo en algo muy grande, como si el Espíritu Santo me abriera las puertas”.


César Gedler



1 comentarios:

Unknown 15 de enero de 2021, 14:25  

Profesor, que buen texto. Le escribo a su correo personal. Quisiera preguntarle algo de la Universidad

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