La aventura del pensamiento

La aventura del pensamiento


Hace más de 30 años cayó en mis manos un texto de psiquiatría que leí sin
interrupción en un viejo parque de mi pueblo, en la misma mañana que lo conseguí.
Por temperamento y destino, ya me había acercado bastante a la comprensión del
existencialismo a través de autores como Celine, Sartre, Camus, o los clásicos
rusos de la angustia, Dostoiesvki, Berdiaeff, Chejov, que marcaron de manera
permanente mi visión de las cosas. La lectura se me hizo fácil y amena no sólo por
el estilo, sino además por la manera didáctica y profunda en su manejo de temas que
requieren formación filosófica para su plena comprensión. El texto en cuestión se
intitulaba Hacia una psiquiatría existencial, de Abel Sánchez Peláez, a quien conocí
algún tiempo después por mediación de un amigo.
Fue un encuentro cordial, con la soltura y ocurrencia de los viejos caraqueños,
que para todo tienen una respuesta amena y oportuna. Las únicas dos referencias
que tenía del psiquiatra humanista -más allá de la lectura de aquel libro- me la dio el
amigo común un poco antes de la presentación: “¿sabías que fue el primer profesor
titular no sólo de su cátedra, sino de cualquier universidad venezolana?” Aquello me
sorprendió mucho. ¿Cómo era posible que ningún profesor universitario, antes de
Abel Sánchez Peláez, hubiera alcanzado la categoría de titular mediante la defensa
de tesis de ascenso? ¿Era tan reciente la especialización en el país? La segunda
referencia me sorprendió tanto como la otra, “le dio la vuelta al mundo viajando
solo, por el puro placer de conocer”.
El segundo encuentro fue convenido para regalarme su libro, Cartas de Chester
Corolanda, que me permitió corroborar la superioridad del enfoque humorista -
en la línea de los Nazoa, Job Pin, kotepa o Leoncio Martínez- en la comprensión
de la sociología del venezolano, sobre esos otros tratados que nos hablan de todo,
menos del personaje del que quieren hablar. Por algo mantuvo su columna tanto
tiempo, con el mismo título del libro, en un diario por el que pasó lo mejor de la
intelectualidad nacional. Cada jueves el escritor nos sorprendía con una ocurrencia,
en lenguaje sencillo y profundo, sobre su tema inagotable, la venezolanidad, en un
tono didáctico y alentador, escrito con afecto, desde algún cafetín de París.
La aventura del pensamiento, alimentada y recreada con las muchas lecturas
y reflexiones, intuiciones, conversaciones y acertijos con que la vida nos obliga a
crecer es para muchos una adicción, una pasión compulsiva, un sueño prometeico
que nos abre las puertas a otras dimensiones sin las que la existencia sería una carga
muy pesada de llevar. Uno de esos apasionados es nuestro buen amigo Sánchez Peláez.
Muchas veces
le he oído decir, que entre las muchas cosas que nos hacen ser auténticos herederos
de nuestros ancestros, del linaje particular de nuestros padres, está la herencia
espiritual, y en ese orden se considera afortunado porque su padre supo inspirarle
el respeto por la inteligencia, el anhelo de la sabiduría, el temor reverente frente al
misterio, y la inquebrantable lealtad consigo mismo y con aquellos que constituyen
su mundo.
Autenticidad, lealtad, compromiso, coraje de ser, son todas expresiones que
definen las coordenadas de este psiquiatra existencial que antepone siempre el “soy”
en su relación ordinaria con la vida. Para Platón, al igual que para Heidegger y
Paul Tillich, el coraje es la mayor virtud que puede desarrollar el hombre. El valor,
el coraje de ser, la capacidad existencial de enfrentar en si mismo misterio, lo
indeterminado; y he sabido también que ésta cualidad se conquista mediante una
educación verdadera, aquella que los clásicos llamaban formación para la vida, la
que conduce a la integración y al despertar.
Esta actitud, la de vivir de acuerdo con un imperativo categórico, nos atrevemos
a decir, tiene la misma jerarquía de la revelación o la iluminación de las que nos
hablan algunas religiones y sistemas ocultistas, pero alcanzada por otros caminos
, por la vía seca como prefieren llamarla los adeptos, porque el precepto que se
alcanza es el mismo, la subordinación de la conciencia inmediata, a un orden más
elevado que nos sostiene y nos vincula a todos.
La postura ontológico existencial, acredita al “soy” como una referencia
fundamental frente al “yo”, que se agota en si mismo sin posibilidad de trascendencia,
porque se asienta fundamentalmente en la negación del otro, y en la total evitación
del misterio para encontrar su afianciamiento. El hombre sin trascendencia se
pasea cómodo en ese universo vacío de significado que domina nuestro mundo
competitivo, negador y enemigo de cualquier respuesta interior. “Este mundo, como
dijera, Víctor Hugo, es de los otros de los satisfechos”.
Quien busca crecer como ser humano, quien aspira conocer lo sublime y disfrutar
del esfuerzo creativo, de la libertad y la solidaridad, no se reconcilia con un orden
ajeno y contrario a sus sueños, que lo impulsa siempre hacia afuera, lo constriñe a
cosificarse en una repetición interminable de lo mismo, sin un proyecto ni destino
válido;, atrapado en el consumismo masificado, en los sistemas de huida que le
fabrica quien le roba sus sueños.
No es sencilla la tarea de sustraerse a la seducción permanente que ejercen los
medios publicitarios, eso lo sabemos bien. El espejismo de la super velocidad, la
quimera de lo novedoso, la embriaguez de los cyber espacios, le quita tiempo y
lugar a la subjetividad, a la sensibilidad estética, y a nuestra intimidad, mortificada
por todas las formas del ruido.
Frente a esta desdichada verdad, nuestro heroísmo debe consistir entonces
en resguardar la unidad primordial de la existencia a través de nuestros sueños y
esperanzas de nuestras utopías e imposibles, y de todas las creaciones con las que el
hombre mantienen vivo su corazón.
Es por eso que compartimos el entusiasmo y celebramos la edición de esta
summa de esencias, que conforma el texto Existencia y Vida, porque son escritos de
madurez, con estilo muy propio, accesible a cualquier lector interesado en el tema
de “el hombre y sus circunstancias”, apoyados en una labor psiquiátrica de más
de cincuenta años, que el autor demuestra ampliamente en cada página. Es también
un peritaje del país, manifestado en la discusión ética de la práctica médica, de la
televisión venezolana, de los jueces, y de los temas eternos, el amor, la amistad, el
encuentro, el desencuentro, el divorcio y otros temas que surgen como si se tratara
de una larga conversación.
Es oportuno señalar lo acertado de que sea el IPASME, quien asuma la edición
de este libro fundamental, porque su distribución está orientada en primera mano
a los docentes, a los profesores y maestros que tienen en sus manos que tienen de
conducir, como fue para los griegos la pedagogía, a niños y jóvenes, que tienen
como destino enfrentar un mundo cada vez más complejo y contradictorio.
Por lo pronto la sola idea de encontrarnos con un texto prospectivo, de reflexión,
de enseñanza, de esperanza abierta, nos reanima y nos convence de que muchos
están trabajando en silencio, para mantener la unidad del hombre, y más aún en este
nuevo siglo, al que algunos llaman el siglo de los finales, aunque sería más propio
decir el comienzo del espíritu.
César Gedler

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