Una existencia vivida

Una existencia vivida
A finales de noviembre de 1939, Abel Sánchez Peláez y su hermano Juan se embarcaban en el Augustus, un barco trasatlántico procedente de Europa con destino a Chile. En un principio los hermanos Sánchez querían ir a Francia, a estudiar una carrera universitaria y hacerse de esa formación que desentraña en el hombre la universalidad, por el contacto vivo con formas civilizatorias que marcan el ritmo en la historia precursora, pero en aquel continente había comenzado la guerra, y cada vez mostraba mayores visos de extenderse, hasta hacerse mundial.
En el Augustus viajaba un personaje solitario y pensativo, que pasaba horas en el costado de estribor como si hablara con el mar. Ese personaje era Neptalí Reyes, mejor conocido como Pablo Neruda, quien venía de ejercer el Consulado Especial en Francia, para ayudar a los españoles exiliados en ese país, consiguiéndoles salvoconducto a Chile. De las 50.000 personas que escaparon de la persecución franquista por las rutas de los Alpes, Neruda logró salvar por su gestión diplomática a 2.500, que llegaron finalmente el 3 de septiembre del 39 a Valparaíso.
Ya instalados, Abel comenzó estudios de medicina, que alternó con una intensa formación literaria y filosófica, producto de su pasión por las lecturas y la indagación del alma humana; y su hermano Juan se decidió por los estudios de derecho, que nunca terminó por su temperamento y su marcada identificación con la poesía, que lo llevaron más tarde a vivir una experiencia de bohemio en el más pleno sentido de su tiempo en Francia y New York, y a ser reconocido como uno de los grandes poetas latinoamericanos.
Muchos autores se consideraban de lectura obligada, para el momento en que llegaron los hermanos Sánchez a Chile: Stefan Zweig, Unamuno, Dostoievsky, Nietzsche, todos ellos ligados de algún modo al tema de la angustia, y el destronamiento de la razón como fundamento y guía de la conducta humana. En ese mismo año, un poco después de publicar El Malestar en la Cultura, había muerto Sigismund Schlomo Freud, quien postuló la existencia y funcionamiento de un dinamismo supra consciente, que llamó lo inconsciente, como elemento motivador de la conducta en el ser humano, y del que la consciencia ordinaria sospechaba muy poco.
En muchos sentidos, Chile representaba el país mas destacado de Suramérica para ese momento, en especial en lo cultural y económico, y ese fue el clima que encontraron los hermanos Sánchez por los amigos, las librerías, los cafetines, la visión liberal de la educación, el respeto por el arte y el libre pensamiento; justamente lo que se había perdido en España, al caer La República en manos de la dictadura.
Desde niños, los dos hermanos habían absorbido una sentida influencia humanística. Primero con su padre, un librero teosofista que hizo de sus hijos la razón de su vida, y luego con los hermanos Martínez Centeno, maestros del San Pablo, un colegio que merece el relato de su historia, por la calidad indiscutible que alcanzó en el área educativa.
“Creo, a esta larga distancia de aquella época, que componíamos una sociedad infantil vivaz, de empuje, de acendrado sentimiento de filialidad pedagógica, animada diariamente con la paidonomía y la psicagogía, con la increíble vocación de los Hnos. Martínez Centeno. Esta era la norma de los maestros todos, de los profesores, de los vigilantes, y el clima de elevado espíritu en que nos levantamos durante los bellos años del San Pablo”, nos comenta Abel Sánchez, cuando habla de su infancia en el colegio. Una infancia orientada por la cercanía paterna en lo que llamaríamos la formación para la vida, expresada en la sensación de seguridad básica, de validación individual, del cultivo físico, moral, intelectual y estético, que nunca vieron como algo separado, sino como una misma constitución integral.
Con una definida vocación por el estudio de la conducta humana, en el año 1946 se graduó de médico Abel Sánchez Peláez, y regresa al país con su hermano Juan, para comenzar en el primer curso de postgrado en Psiquiatría, que ofreció la Universidad Central de Venezuela, y en donde tendrá condiscípulos como José Luís Vethencour, y David Domínguez, que lo acompañaron en la comprensión del existencialismo y la fenomenología como corrientes filosóficas de orden humanística, para alcanzar una visión del hombre más allá del puro aspecto biologista y psicologista, en el que amenazaba caer el estudio de la psiquiatría.
Con su iniciación como docente universitario, en 1959 aparece su primer libro, La gente y la mente, que se aventura en la interpretación analítico-existencial de la enfermedad mental, expresada en muchos comportamientos y creencias de la vida cotidiana. A partir de esta obra van apareciendo otras publicaciones, pero lo que convierte su escritura en un autor referencial es la columna en El Nacional, cada semana, intitulada Cartas de Chester Corolanda, que se mantuvo por muchos años, sin importar que el autor estuviera dentro o fuera del país. Su tema era siempre -tratado desde la ironía como recurso- la venezolanidad, el ser del venezolano, su comportamiento social e individual en todos los órdenes: el juego, el matrimonio irresponsable, la búsqueda de fortuna fácil, la falta de interés intelectual, o la corrupción, por nombrar algunos de los tantos, que nos permitieron una visión más conceptualizada del venezolano contemporáneo.
A partir de los años 60 se residencia en París y sigue estudios de criminología, y psiquiatría forense, pero en su quehacer intelectual encontramos a Abel Sánchez Peláez en Congresos de su especialidad por todo el mundo, aportando las ideas y visiones que va recogiendo en sus libros, El Crimen inconsciente; Psiquiatría y delito; Hacia una psiquiatría existencial; El Hombre; y muchos otros textos que Monteavila Editores está reeditando actualmente.
Uno de los privilegios que le ha dado la vida es su cercana amistad con los hombres más notables de la intelectualidad venezolana. Picón Salas, Reyes Baena, Uslar Pietri, Rómulo Gallegos… mucho de ellos compañeros en la clandestinidad contra la dictadura de Pérez Jiménez.
Su libro más reciente, Existencia y vida, (Fondo Edit. Ipasme. 2007) -escrito a los 86 años- nos ofrece un panorama de temas vitales: la madre, el amor, el miedo, el regreso, la mujer; una remembranza de sus primeros años en el colegio San Pablo, una descripción lejana de su viaje a través del mundo, y tantos otros temas de impostergable interés, para quien desee una intensa y amena conversación con un hombre de muchos tiempos.
Por la calidad de sus argumentos, muchos jueces en los tribunales de Los Teques recuerdan los peritajes psiquiátricos de quien estaba destinado a ser un patriarca de la psiquiatría latinoamericana: Abel Sánchez Peláez.
César Gedler
www.cesargedler.com

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