Sobre Tren sin retorno

REFLEXION FILOSOFICA SOBRE LA CONDICION HUMANA O DICERTACION DE LA POLITICA DEL SUBDESARROLLO EN “TREN SIN RETORNO” DE CÉSAR GEDLER.
Por: Maribel Da Silva.

Leer, Tren sin Retorno (2008), del escritor mirandino, César Gedler, es dar un paseo por una historia hiper realista donde la condición humana, divina o diabólica, aporta mucho a la experiencia individual de estos tiempos. La historia se sitúa en la capital del estado Miranda, Los Teques, un lugar salpicado de anécdotas y poesía que nada tiene en común con la ciudad avasallada por edificios, carros, mercantilismo y basura, donde “ahora la raza de los mercaderes decide nuestro modo de vivir y sus gustos sustituyen la inspiración de aquellos días” (p. 25)
El libro está organizado en tres partes, 1. Tardes de lluvia; 2. El gallo en la veleta; y, 3. Silencio interior. La primera, se refiere al universo de la infancia del autor, repleto de seres amados y lugares. La segunda, habla de eventos y personajes diferentes que abonaron su referencia, de por vida. La tercera, enumera todo lo que ha convertido, su identidad. De la primera a la última sílaba, todo es verdad. Él mismo lo afirma,
“Hay tiempos que parecen espejismos... En Los Teques era digno vivir... pero también está la historia humana, que daría para denominar calles y esquinas con nombres propios... para reivindicar una tradición que ya casi está muerta, si no es que ya murió y no lo sabemos todavía, como aquel personaje de Juan Rulfo” “Unas palabras antes de comenzar” (p. 28)

Antes de reseñar los entramados que dan luz a todo el libro, hay que hablar de la aceleración de las transformaciones sociales (modernización) donde el petróleo tomó un puesto dominante en el proceso económico. Hecho que dejó muy atrás a la agricultura y los valores que en la tierra del espíritu, se cosechaban. El petróleo permitió absorber a los nuevos citadinos –que no ciudadanos- como empleados pagados pero improductivos. Sobre este aspecto, Gedler dice, “Una población adormecida por el consumo o por las ideologías mesiánicas no se pertenece, y su destino es la rebelión o la consumación” (p. 25)
Con los tiempos democráticos, se exasperan las contradicciones: hay una verdadera revolución, no la social igualitaria y libertaria, sino la de las ilusiones. Al tiempo que se revolucionan las ilusiones, se disparan las cifras. El partido AD fue la palanca de la modernización: salud, educación, vialidad, comunicaciones, aparato burocrático y, demás. Pero cincuenta y un años de democracia han puesto en claro la insuficiencia de la transformación sufrida por el país.
Nada de lo que cuenta, Tren sin retorno, es desconocido. Lo que le da maestría es que se puede leer sin sensación de fraude, de que sea más de lo mismo. Es “lo mismo” pero un lo mismo “diferente” que tiene un alma que coordina un mundo de almas que claman por su espacio. Almas que no están en paz por la corresponsabilidad de la debacle de Los Teques “que era la Suiza de Venezuela” (p. 56)
La gente de Los Teques no hizo nada por proteger su entorno debido al liberalismo económico que cohabito y cohabita con la democracia política. Trasunto de difícil convivencia porque el acceso de las masas a la política es una imposición del “populacho”. El mismo lugareño, comandado por políticos forasteros fue el que mató a Los Teques como ciudad para la vida. Esas masas vendieron este terruño por “unos cuantos denarios” como hizo Judas con el Maestro Jesús. Cúmulo de gentes vinieron de diferentes lugares para sembrarse como sociedad civil y desfigurar el rostro de Los Teques. No fue con palos y piedras como se perdió todo, sino con la energía de la destrucción, del desamor.
Cada edificio que se levantaba significaba la caída de una mansión, de una calle, de un paisaje, de un afecto. Como los vengadores implacables, fueron destruyendo todos los signos de la tradición y la memoria viva hasta llegar a lo que hoy es este pueblo, privado por completo de su dignidad, de su significado, que abriga a sus habitantes frente al desamparo espiritual, cuando se vive en un alrededor que parece enemigo. “Unas palabras...” (p. 21)

En Los Teques, los pobres y los ricos vivían en armonía. El respeto, natural, por las diferencias tendía una alfombra roja para el ciudadano. Cualquier familia pobre tenía el derecho de soñar que, tras el esfuerzo y trabajo, iban a profesionalizar a su prole para que no pasaran los apuros de ellos. Cuando se desató la codicia, se hizo al lado la moral, para pasar a engrosar las listas de un partido. Color que resultara vencedor, favorecía a sus acólitos y estos, falsos de sí, no miraron más, que la suma de un cheque de quince y último, sin olvidar, los rebusques. Como dice Mikel De Viana, “Los valores de la laboriosidad, racionalidad, productividad, no han encontrado suelo fecundo en nuestra cultura” (p.15) Para ser concejal, no se pedían estudios sino garganta y vistosidad “para pintar verdades”. Pronto, los liceos nocturnos se vieron abandonados por quienes, encontraron en el dinero fácil, la miel de sus ambiciones.
Como las masas llegaron para quedarse, es inútil que se pueda hacer política sin ellas. Ese ha sido el error de quienes, de tanto pensar estrategias para combatirlos, se les ha chamuscado la cabeza y no se dan cuenta de que la vida cotidiana, y sus dolores, podían tomar el paso sobre los proyectos de futuro. El peligro que corren esos proyectos fundados sobre el combate de la utopía, siempre acaban por adoptar sus modos y sus modas sobre todo la de apelar a las todavía nonatas generaciones futuras: en nombre de las cuales hay que sacrificar las generaciones presentes. Esto hace que se vuelva al circo de la espera, donde el hastío es el único que promete una muerte feliz y sin dolientes,
Siento una simpatía natural por todos esos personajes que conocen el lado oscuro de la vida sin caer en la amargura o la venganza, porque ellos no viven a expensas de la abundancia. Valoro en ellos su forma de agradecer, el modo cordial como celebran la entrada de una “fuercita” para el trago, el cigarrillo o un café mañanero. Por eso son dignos de recibir, por la manera como lo hacen siempre, con el mismo espíritu de soltura y libertad. “La india Rosa” (p. 86)

La obra está contada en primera persona. Derriba los obstáculos del tiempo para darse a la penosa –y feliz-tarea de trabajar los recuerdos. Recuerdos de no hace cuarenta años, del que no restan ni siquiera las cenizas. Debe ser por el castigo que afirma Avellaneda, “los pueblos que olvidan sus tradiciones, pierden la conciencia de su destino” (p.21).
El narrador se confiesa a sí mismo: su pensamiento es liberador. La reconstrucción de un tiempo y un espacio, la luz enfocada sobre sus propias motivaciones, el descubrimiento del ritornello vital en que está hundido al volver a “la Suiza de Venezuela” es una descarga y un viaje. Desplazamiento hacia una muda contienda donde dominan la luz del mundo del afecto y la pesadumbre del mundo que ya no esta, pero que da ánimos para bosquejar, a través de la ética personal, un país nuevo, nacido de las ruinas del círculo vicioso perpetuado por las estructuras. Esa actitud de ética personal es expresada con naturalidad y buena intención. La espontaneidad de Gedler se convierte en una espiral que atrae y pone a gravitar en perfecta armonía las almas de todos los seres humanos que quieren y aspiran presenciar y dejar un mundo mejor del que le tocó. Personas con esa particularidad, las halló Gedler, muchas veces. Una de esas personas, fue “El Australiano”,
Lo mejor en él era esa sonrisa abierta, sin ningún miedo ni preocupación... Siempre lo vi como un hombre desatado de todo convencionalismo... será que estoy hecho también de la misma materia y por eso les celebro su manera de rechazar un mundo que la mayoría cree exclusivo porque alcanzan a comprar más cosas y la gente los hace sentir contentos llamándolos doctor, pero a los que nunca se les descubre nada especial. (p. 124)

Hoy, la gente esta presa en sí misma. El mundo del consumismo la arrincona cada vez más. La voz interna los agobia y la colectiva los vuelve paranoicos pero siguen afincados en la transmisión del éxito económico, el prestigio e influencias sociales como valores supremos. Maximizar las ventajas materiales “tanto para mí, como para mi grupo primario de pertenencia”, es la consigna. No importa el colectivo. La insensibilidad es el plato de cada día. El miedo al descenso social genera una lealtad ciega, sin importar que tan cruel resulte. El resto de los mortales, clama contra la corrupción y no parece haber un sustrato ético, suficientemente consistente, para hacerle frente.
Antes había alta sociedad tequense y demás ciudadanos. Pero esa alta sociedad estaba conformada por profesionales que rendían sus servicios al pueblo como en el caso del doctor Gimón, “Si era necesario, se mantenía custodiando al enfermo días enteros, el tiempo que fuera necesario, sin otro propósito que ganarle la batalla a la enfermedad” (p. 49). Los que tenían vistosidad, en cierta manera, eran generosos con el prójimo. Había un código de honor intachable que los hacía más humanos y más nobles ante la vida. La palabra empeñada tenía tanto poder como el documento. La gente hallaba valor en hablar como la gente educada. “Tendré siempre un recuerdo particular del Liceo Miranda... por la calidad de los profesores que nos enseñaron. Ricardo Mendoza es uno de ellos” (p. 223)
César Gedler, apremiado por sus recuerdos y por la autovaloración de sus actos, crea un libro para la historia regional de gran valor como memoria del espacio que se tuvo y del que no queda nada sino la memoria lastimera de los que sufren.
El pensamiento recurrente, casi de acumulación geométrica sobre la reconstrucción de valores humanos y espirituales, es una exhortación a la ética personal, que se lee entre líneas; un tiempo y una fisonomía de región honrosa que funciona como bitácora. Hurga entre los rasgos humanos (positivos y negativos) y se vuelca en delgadas y certeras líneas, para diseñar un plan de rescate infalible.
Cuando le pregunté (a Doña Fidelina Yánez), sobre Los Teques de su infancia, me respondió “Cuando este pueblo era limpio” Después lloró y rió sacando trastos de su memoria, hasta que nos despedimos sumidos en un gran pesar, por la invocación de aquellos fantasmas que clamaban para no morir. “Unas palabras...” (p. 23).

El ciudadano que se interesa por los problemas colectivos, es “mal visto” porque para “resolver” están los organismos “competentes” a quienes en realidad no les interesa solucionar nada porque así mantiene subyugado al colectivo. Los casos se corrupción pasan campantes. Nadie los denuncia. El miedo paraliza. No hay confianza en los aparatos judiciales. Todas las instancias impiden las acciones de los honestos. La sociedad, exige moral para el sistema, cuando el sistema no tolera la moralidad. Inmerso en este mundo al revés, Gedler dejó plasmar en su libro, lo que su arcano dispuso. Intentó hacer un ensayo sobre el significado de la vida y resultó este material biográfico de interés subjetivo que dice tanto y abarca más, acerca del mundo del ser y las circunstancias.
Tren sin Retorno, es un título que lleva inmerso la noción de viaje. De acuerdo a los románticos, todo viaje supone limpieza y purificación, condimentado, en el caso que el libro ilustra, con ribetes del auto conocimiento. Es un viaje emprendido sobre rieles hacia los paisajes de un pasado, que sólo vive en el recuerdo. El desplazamiento, descubre el sí mismo del narrador como si se tratase de un catálogo razonado donde la ciudad, los personajes, los hechos y los contactos metafísicos, forman parte del agobiante y placentero tejido que es, la búsqueda de sí mismo.
Quien no se ha cuestionado así mismo, el que no ha combatido contra sus demonios, quien no ha padecido el vacío de la incertidumbre, tampoco está preparado para enfrentar los desafíos que le plantea a la conciencia, la reinterpretación del mundo y la construcción de una nueva luz. (p. 245).

Dotado de una escritura elocuente donde pululan los recursos líricos, César Gédler, parece un prestidigitador que abre y cierra las puertas de una historia cuyos episodios son presentados en una zona limítrofe donde la presencia de la ensoñación y la denuncia nunca terminan por hacer la trastada que algún lector podría temer. Gédler va junto al lector, en el mismo asiento del tren, desde donde elabora una versión de esta pequeña ciudad de Venezuela que no sólo se aleja de las postales turísticas sino que va más allá mostrando un itinerario de neblina y decencia que contrasta con la que trae puesta el compañero de viaje, que es indócil y tal vez indiferente, al verdadero sentido de la existencia. El choque es inminente pero de la dramática congoja nace la sonrisa de lo posible que es precisamente la que se debe tener en cuenta para trabajar juntos, el rescate de una vida, vivible.
Pienso por ejemplo en los que esperan una sentencia carcelaria que nunca llegará. En la impotencia de los que ven morir a sus seres próximos en hospitales miserables, o cualquier otra forma de vida en la que se quebranta no sólo la sensibilidad sino la dignidad más elemental que se merece todo hombre por el sólo hecho de ser hombre... De aquellos otros que preferirían su propia muerte a ver sufrir la de los seres que quieren... O una opción desesperada, como la que padecen muchos a quienes le ha sido arrebatado el fruto de todo su esfuerzo. “La búsqueda del sentido” (p. 216)

El autor cuenta el pasado rebotando simultáneamente en el presente sin dejar de mirar hacia adentro de los personajes, de sí mismo y del espacio que conforma el alma de Los Teques, como ciudad referente. Gédler pasa por encima de las murallas del tiempo para trabajar sobre los recuerdos. Las líneas de este libro funcionan como confesores del pensamiento liberador del autor. Tren sin retorno, viaja hacia un silencioso debate entre el perfecto respeto por la condición humana y la catástrofe afectiva por la condición humana disminuida a barbarie. La autovaloración de dos realidades que parten de los actos humanos, desvelan y torturan al mismo, tiempo que se mide la impotencia.
(Desde otras tierras) Con inmenso pesar recordaba mi pueblo... contemplando las estaciones ferroviarias de aquellos lugares con la misma arquitectura que ya conocía en Los Teques, antes de que las manos enemigas se encargaran de destruirla de manera implacable. (p. 179)

Los cuentos que constituyen, Tren sin Retorno, arrancan sonrisas de nostalgia y escepticismo por una tranquilidad y una decencia que parecen invento. También, hace emerger la crítica hacia el papel del hombre en la brevedad de la vida. Gédler conversa con registros folklóricos, cuadros de costumbres y fabulario regional. Convierte en cuento toda experiencia propia y ajena. Para él, lo real es verbalizable. Gédler, como narrador, es una instancia social del cuento colectivo que dibuja un tiempo y un espacio para generar conclusiones propias y salidas plausibles. El Yo cuenta mediante un nosotros que se intuye para hacer de la experiencia, una conversación. Gédler, habla con la voz de todos los que formaron parte de “la tribu El Llano–Miquilen” donde él vive, todavía. Tren sin Retorno, es un libro que plasma la memoria colectiva del pasado con reseñas de sitios, personas y acciones que respiraron la misma neblina.
Ese mundo fenecido y sólo recordado por las escasas fachadas que se resisten a desaparecer, se torna ameno y hasta picaresco como fábula de la sobrevivencia. Las historias de este libro, se leen con gusto por su variedad de color y con un no sé qué raro, por el nudo permanente en la garganta. La pintura completa impone un marco de relato cronicado y un sabor rural, ameno. Gédler, cuento a cuento, persuade al lector de que es el único depredador y responsable de la realidad que vive. Quien tuvo el poder de destruir también esta capacitado para reconstruir. Los Teques, murió como “tacita de oro”, desde hace tiempo. Lo sentencia, Gédler en un libro escrito, como si hablara. La voz de César Gédler se propone recuperar las voces de los comienzos, donde habitan los valores, la identidad y el alma. Cuenta con voz auténtica para conjurar lo que niega la vida, pues el collage de historias es el mapa de la existencia misma. Tren sin Retorno deja el buen sabor de saber que la sabiduría y la sensibilidad emergen de lo colectivo – educado con valores del alma- quien esboza el documento de la multiplicidad del existir y de la afirmación festiva frente a la muerte.
Es un libro que describe como el poder maniata y masacra la autenticidad de la vida. “El capitalismo llevado a su máxima potencia”. Ya el capitalismo como norte a seguir, no sirve porque sus maravillas se han podrido en los verdes de sus propias transformaciones. Tener es bueno, pero tener respetando las diferencias de los demás, es mejor, aún. El comerse los unos a los otros por el materialismo donde el dinero es el rey, teje sus redes de coacciones y jerarquías, de despojos y crueldades que el alma, ya está cansada de padecer. Tren sin Retorno, es una oralidad que se articula en la graphia y se trasmuta en la voz de César Gédler para dar testimonio de Los Teques como afirmación honorable y de alta valía ante el poder que tiene fauces y apetencias de mutilación. Por encima de los condicionamientos psicológicos, políticos y culturales, hay un espacio irrenunciable con el que, seres como César Gedler, hacen de su capa un sayo -llamada libertad personal- y hacen cosas tan preclaras como este libro.
Gedler sabe interpretar la ética entre nosotros. El tren hace un recorrido mental por TODO lo que se tuvo. El pasajero se apea en el TODO, con el alma. En esa travesía subjetiva, el ser humano reconoce lo entrañable, recupera la propia dignidad e interpreta, para encauzar su existencia en la producción espiritual y material que se necesita en estos tiempos. Establece contacto con los otros para que se constituya el poder social en un proyecto de pueblo de seres libres y respetados por sus diferencias que no necesitan de caudillos porque son comandados por la apacible posesión de sí mismos. Conscientes de que los derechos y los disfrutes reales, no son regalos de nadie sino conquistas de colectividades que, a sabiendas de su dignidad, están dispuestas a grandes sacrificios con tal de conquistar cuotas de vida más humanas. Las luchas y las defensas son virtudes que enfilan las concreciones de los sueños. Un día, la gente, desde su irrenunciable libertad, decidirá cambiar lo que está viviendo. Más allá del pesimismo, sigue estando en manos de la gente el darle sentido a lo que quieren vivir. César Gedler dice, “Los hombres estamos determinados por un destino, y los libros también. Ya algún día se sabrá para qué vino al mundo Tren sin Retorno” (p. 255)
Citados:
Gedler, C. (2008). TREN SIN RETORNO. Caracas, IPASME.
Viana, M. (1991, Junio 02). Ethos y Valores en el proceso histórico de Venezuela (II). Suplemento Cultural, Últimas Noticias. p. 15.

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