La última parada

La última parada


En un tiempo no muy lejano, los velorios, como se denomina la ceremonia de despedida que se le ofrenda al difunto en un adiós final, se realizaban en la casa del fallecido, y si el cadáver estaba suficientemente preparado, podían durar hasta tres días con sus noches, entre llantos, risas, bailes y juegos.

Mientras los dolientes expresaban su dolor entra ratos cuando se acercaban a la urna, los amigos y parientes, en los alrededores de la casa, jugaban dominó, apostaban a las barajas, tomaban ron para el frío, y se fumaba copiosamente los cigarrillos que ofrecía una niña en una bandeja de metal.

Por fin llegaba la hora de cargar el muerto en brazos de amigos, desde la casa hasta la iglesia y después hasta el cementerio. Era un paso rítmico de tres por uno, es decir, tres pasos hacia delante y uno hacia atrás, sin que nadie diera traspiés, aun sin haber ensayado.

Aquí en Los Teques, esta ceremonia tenía además un ingrediente muy particular. Los cargadores del muerto, un poco antes de llegar al cementerio de la calle Ayacucho, se detenían un momento en la bodega “La última parada” para comprar una botella de ron, tomar un trago por el finado, y rociarle sobre la urna el palo caminero, para que el compadre pasara al otro lado con un poco más de brío.

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