Aquel 12 de Octubre

Cuando Colón y su tropa llegaron a lo que hoy es América Latina, había por lo menos veinte millones de habitantes y un número importante de formaciones culturales y desarrollos civilizatorios avanzados. Algunos contaban con sistemas explicativos del hombre y el universo como sólo pudieron hacerlo los pueblos más desarrollados de Asia o del mediterráneo. ¿Por qué entonces, un puñado de aventureros sometieron a más de tres imperios prehispánicos?
Una de las hipótesis que se maneja sugiere que esos imperios estaban en decadencia, intervenidos por rivalidades fraternas, y descomposiciones internas que en nada se parecía al esplendor de los tiempos dorados. Es seguro que si esos 90 hombres que venían en las carabelas hubieran llegado en los momentos de esplendor, ni siquiera tuviéramos noticias de aquel evento, y el encuentro inevitable hubiera tenido otro rostro.
Este encuentro desigual del europeo con el nativo de estas tierras modificó desde un comienzo la percepción de la vida y la existencia tanto de uno como del otro. Todo su universo en movimiento se vio intervenido. Se introdujo un nuevo concepto de la temporalidad, al imponerse el tiempo lineal del europeo sobre el tiempo cíclico del aborigen prehispánico, en el que la música, el colorido y la poesía eran formas de celebrar la transitoriedad de la existencia, sin desconocer la sobre vivencia del espíritu después de la muerte. También un nuevo concepto del espacio: las ciudades que encontró el invasor estaban edificadas de acuerdo a modelos zoomórficos, como el jaguar, el águila o la serpiente enroscada, y en ellas, o sobre ellas se construyó después, respondiendo a modelos de estratificación política y económica, ciudades donde la plaza, el templo, el cabildo y el cuartel conformaban el centro; las casas solariegas de los notables su alrededor inmediato, y haciendo periferia, los de menos poder y recursos.
Sin embargo, a pesar de las extrañas imposiciones que fueron padeciendo el Indio y el Negro, en la lengua y en la adoración de nuevos dioses, en el vestido al igual que en la comida, el trabajo y el divertimento, la visión primordial del oprimido con su mundo se mantuvo viva, aunque oculta, y desde su opresión fue ejerciendo suficiente resistencia para transformar, en un grado imperceptible pero decisivo, la mentalidad del opresor.
Las crónicas, tanto orales como escritas, desde Colón en adelante, nos muestran un mundo donde lo fabuloso, lo fantástico, lo mágico y lo imposible, constituían el lenguaje ordinario, cotidiano, veraz. Es por esto que en Europa, después de la aparición de las Crónicas de Indias, se perdió todo interés por la lectura de las novelas de caballería. El bestiario como la demonología y la flora tropical alcanzaron proporciones delirantes, para los que se inventaron términos que permitieran la comprensión, la comunicación aproximada, entre el relator y el lector, al describir esos paisajes tropicales que se inscriben en el orden de lo real maravilloso. En el lenguaje del conquistador no era posible, sin el recurso de lo febril, establecer una metáfora que expresara la magnitud de las montañas y los ríos, de las plantas carnívoras y los hombres sin cabeza, de los caminos infinitos sin entrada ni salida, o pantanos vivientes que atraían y devoraban a los hombres.
Igual sucede con el sistema de creencias que dominaba la mentalidad del indígena para entonces. El recibimiento que le dio el pueblo azteca a los invasores, por ejemplo, estaba sustentado en un mito viviente que sobrepasaba los siglos. Se trataba de un mito de retorno, extendido y aceptado por todos, según el cual, algún día volvería Quetzalcoalt a redimir a su pueblo, tal como lo prometiera un momento antes de convertirse en la estrella Vesper, que ilumina las tardes con su esplendor y su luz.
En su asombro y regocijo por la forma en que llegó el español “montado en una nube, en montañas movientes, sobre siervos que tenían cuatro patas y una gran cabeza”, no dudaron en aceptar que se trataba del dios esperado y adorado por todos. También los signos celestes anunciaron un cambio total por un cometa que atravesó los cielos en plena ceremonia sobre el lago sagrado; por el nacimiento de un hombre con dos cabezas, y por la aparición de una extraña ave con estrellas en los ojos.
Las consecuencias de estos presagios, y el error en la apreciación de los visitantes, fueron inmediatas. La respuesta que dieron los falsos dioses fue proporcional a su codicia y a su creencia en el derecho de posesión. Solamente en Cholula y Tlazcala, los españoles asesinaron y mutilaron con sus perros en forma traicionera, a más de 10.000 habitantes, y al caer Moctezuma, saquearon su oro, destruyeron la ciudad y sus templos, violaron a sus mujeres, y redujeron a los sobrevivientes a su servicio, para su manutención.
Después llegó el Negro esclavo con su carga de dolor y soledad por el desarraigo, por el maltrato y la negación en todos los sentidos de su condición humana, y un universo poblado con dioses y creencias que solamente tenía significado para ellos; otra culinaria, otras lenguas, y una estética en el color y sonido de naturaleza ancestral, que de forma disfrazada se fue haciendo un lugar, para sobrevivir, o no morir del todo, sin sus raíces ni sus sueños.
Pero también el blanco pagó con enfermedades, con el sacrificio de sus costumbres, con la nostalgia y muchas veces con la muerte, la codicia con la que alimentó su presencia en estas tierras. Muy pronto se hizo extraño para los suyos allá en el otro continente, y al final quedó como un exiliado al que solamente le quedaba la opción de abrirse camino a través de la violencia, en un mundo de hostilidades donde la fuerza y el miedo impuesto determinaban las reglas.
De toda esta amalgama, y de la fuerza que impone la avasallante naturaleza tropical con su colorido y magnitud, surge más adelante el Barroco americano, que muestra con sus formas rebuscadas y antagónicas, la presencia de esas tres etnias en sus distintos niveles de integración y complejidad. El lenguaje, los templos, la música, las costumbres y el concepto mismo de la vida, eran expresados -y aun se expresan- mediante ese crisol en el que no podían ocultarse ninguna de esas presencias, ninguna de esas historias, aunque siempre hayan llevado la factura de quien ha ejercido el poder.
Fue un tiempo de convulsión, de sangre, de furia, de violencia y de pasiones mezcladas. La gestación y el nacimiento de un nuevo mundo, de otro universo humano, que va más allá de la suma de tres etnias en desacuerdo. Lo que vino a darse finalmente fue la primera raza ecuménica, que lleva en su sangre la historia misma de la humanidad, porque su signo es la apertura, la disponibilidad, y el reconocimiento de todas las formas y contenidos del otro.


César Gedler
www.cesargedler.com

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