Liturgia y filigranas en Rito de Palabras
“La palabra tiene un rango sagrado porque es portadora de símbolos, ella traduce situaciones profundas, el lenguaje entero es portador de símbolos”, nos dice César Gedler. Este juicio nos llena de gozo al constatar que la palabra sigue teniendo un lugar privilegiado en el universo proteico de algunos escritores que bregan día a día en una sociedad atomizada por el espectro del vacío que se ha instaurado en el lenguaje, tanto oral como escrito. Rito de Palabras es el más reciente ensayo de César Gedler, docente universitario, promotor de la cultura popular, escritor y astrólogo.
Rito de Palabras es como un fino tejido litúrgico que evoca la historia como una presencia colectiva hecha con retazos de vivencias y palabras. Muestra los desgarrones de una gran parte de la cultura que agoniza entre las volutas y espasmos de la tecnología y el capitalismo. Asimismo, es testimonio de la victoria muda de una raza que ha sobrevivido a la derrota, constelizando su triunfo en las instancias del sueño, en el ritual que persigue la conexión efectiva con las raíces ancestrales que siguen manando savia hacia aquellos que convocan sus potencias a través de lo sagrado.
El autor de Rito de Palabras afirma que el estado caótico que irrumpió en occidente con el racionalismo y el capitalismo, principales causantes del silencio que paulatinamente se convirtió en carcelero del alma, acarreando con ello la fragmentación y el desorden del sistema de vida actual, está menguando. César Gedler expresa esta idea mediante una observación que muestra su optimismo y la fe en el advenimiento del hombre nuevo.
”Sin embargo, uno de los signos de nuestros días, es la reaparición del modelo matriarcal, del orden yin, de la sensibilidad lunar, de la magia, el misterio y los mundos simultáneos, que sacaran de su rigidez habitual el horizonte del logos, el dominio patriarcal, el orden yang, para conducirnos a una nueva lucha: el camino de la individuación.”
La propuesta fundamental del autor de Rito de Palabras nos invita a religarnos con nuestra intimidad, a penetrar en nuestro mundo interior al que sólo se tiene acceso a través de la conciencia, cualidad que ha sido relegada al sótano de la psique, convirtiendo nuestros actos, grandes y pequeños, en puras acciones mecanizadas, guiadas por un automatismo que nos priva de la verdadera relación con nosotros mismos. El universo en el que se despliega la interioridad de cada uno de nosotros vive un sueño del que a veces recordamos algo y otras no, porque estamos muy ocupados con la rutina de cada día. El planteamiento de César Gedler, señala que es necesario introyectar esa conciencia y asumir una posición que permita experimentarla completamente para acceder a una existencia más rica y plena. El rito de pasaje conduce al esclarecimiento de las percepciones, quienes permanecen como un conejo en mitad de la noche paralizado por la luz.
La consecuencia del mecanicismo y automatismo, propiciados, como acotamos antes, por la imposición de un racionalismo exacerbado y del capitalismo, ha conducido a una gran parte de la sociedad a experimentar un espanto de orden sagrado: la nostalgia, un daimon que hace su parusía en plena edad tecnológica y obliga al hombre a volver la vista hacia atrás, como el pobre Orfeo tratando de aferrarse al espectro de su amada Eurídice.
El hombre moderno se ve a sí mismo precipitado en una existencia peregrina, de valores desacralizados, sin junturas. No se da cuenta que sólo busca su pedazo de paraíso perdido, el espacio propicio para arraigarse, y no se ha percatado del Edén que subyace dentro de sí mismo. Ante esa esclusa sin respiraderos aparece el hombre alienado. Según César Gedler: “Para él solamente existe lo funcional, lo que no le demanda esfuerzo espiritual para comprenderlo. Para el hombre profano, el mundo inmediato como tal, representa la síntesis más acabada de la posibilidad humana. Con la misma ligereza que niega las culturas diferentes a la suya, niega asimismo la existencia de lo que no alcanza a comprender y dominar.” Este criterio registra una lectura que, a nuestro juicio, penetra sagazmente en las posturas que asume el hombre que se erige en árbitro de criterios y juicios reduccionistas, pero, también teme perder lo poco que ostenta. Rito de Palabras propone un aplazamiento del logos desaforado para expurgar de tensiones la vasija del tiempo y tantear en la ráfaga del instante, su resonancia telúrica. Convoca a deponer la letanía crepuscular y adentrarse en el estadio de la intimidad sagrada: la comunión con el alma.
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