Elegía de lo entrañable, en Tren sin retorno

La recreación de una ciudad extraviada en el tiempo, de sus
personajes y sus voces, su belleza y decadencia; la reconstrucción
de la propia vida a partir del recuerdo, es el ejercicio del viajero
de Tren sin retorno, del escritor mirandino César Gedler.
El autor, habitante de los sueños, de las evocaciones, de una
dionisíaca vivencia, asume la escritura de estos textos como una
oblación a lo intemporal del corazón humano y a lo divino, representados
en lo más sencillo y entrañable de la vida: la infancia,
los seres queridos, la juventud, los espacios que habitó, las
voces oídas, los personajes encontrados en esta perdida “aetas
aurea” que fue Los Teques. Desde la nostalgia y la desesperanza,
la memoria toma lo esencial. Gedler insiste, penetra la ciudad
ida, sus viejas casas; recorre como niño las calles arboladas;
escucha el canto del amante para la amada enferma de muerte;
en fin, revive el pueblo-bosque, y sus musgos del silencio, como
Rubenángel Hurtado, en su poema homónimo. Es la vida pura
rescatada en sus esencias más leves, las más vulnerables, las más
evanescentes. Como los cuadros rápidos de un tren que va al
ocaso.
La sabiduría popular y la tradición son asumidas en este libro
y en los anteriores del autor, como un modo de acceder a profundos
territorios del ser; como un acercamiento auténtico al “ethos”
y a lo más espiritual del hombre. Gedler devela aristas trascendentes
de lo inmediato en forma natural en seres y objetos de
la cotidianeidad (recordamos al poeta Francis Ponge). Y sabe
cómo decirlo con claridad y humor, con la delicia del narrador
que encanta, y nos deja sonreídos, y a veces con “saudade”. Son
textos bien organizados y bien narrados.
En obras anteriores del autor, las coordenadas del recuerdo,
los registros de la investigación folklórica, las reflexiones filosóficas,
erigen mundos sensibles y profundos, presentes en Rito de
palabras, Los Joroperos del Centro, El Coplero de Guareguare, y en su
investigación sobre la obra de Hernando Track, Obra Dispersa.
Los Joroperos del Centro ( 1993) (1996) (2008) es el primer trabajo
etnográfico literario de César Gedler, en el que confluyen la
biografía y la crónica de artistas populares del Joropo Central,
que recrea en cierto modo su primer universo, como nos lo dice
el mismo autor en Recuerdos del fogón (p ) Como no había televisión,
los días para nosotros los muchachos terminaban con
la entrada de la noche, y si uno se extendía un poco más viendo
el fuego del fogón después de la cena esperando el sueño, o
cautivado por los relatos que mantenían los mayores sentados
como siempre en el mismo lugar mientras un viejo radio que
casi nunca se apagaba transmitía las novelas, las noticias del Reporter
Esso, o los programas de música tuyera que se oían en la
desaparecida Radio Miranda.
Los Joroperos del Centro busca lo singular de cada uno de esos
artistas tradicionales a través de la historia y la estructura musical
del Joropo Central: su cosmogonía, sus raíces primordiales,
la expresión del espíritu creativo, que será la preocupación central
del autor en ese y en sus posteriores trabajos sobre el tema.
El Coplero de Guareguare (1996) ((2002), biografía recreada, se
inscribe dentro de la literatura de los intérpretes, un género reciente
que se interesa por algunos artistas de la música popular
(La Lupe, Daniel Santos, Felipe Pirela, Pedro Infante), novelando
la vida de aquellos personajes para encontrar el significado
de su vida y su obra.
“El Coplero” es un juego de fábula y poesía donde Margari13
to Aristiguieta personifica el creador libre, el músico hecho de
arte, de oficio y de dura circunstancia. En el libro, la alternancia
subyacente entre el autor y el personaje popular establecen un
contrapunto que se resuelve en una unidad lírica de profunda
calidez humana. Al periplo vital del cantador, ráfaga de amores,
picardía y nostalgia, se une el mundo del emisor –Gedler- signado
por la reflexión heterodoxa y por una sabia irracionalidad, a
partir de una escritura en primera persona, un recurso de difícil
utilización, que exige mucha empatía y dominio de la interioridad
del personaje referido.
En Rito de palabras, libro de ensayos publicado en el 2006,
continúa con este mismo lineamiento de investigación en el folklore
y en la filosofía existencial, con mirada ecléctica y libre.
Las páginas de este libro son asuntos del alma. La búsqueda,
el recorrido, el desarraigo, el arte y lo popular como fuente primigenia,
y sobretodo la libertad que escapa del método cerrado,
del catecismo cegador de cualquier doctrina, se despliegan
en ensayos que nos reintegran a estadios esenciales. La artística
portada de este libro, representada por un turpial cantando, fue
creación del pintor Octavio Russo. Simbólicamente, descifrar el
canto de un pájaro, es como entender el lenguaje angélico: “pues
en efecto, los pájaros se toman como símbolo de los ángeles, es
decir, precisamente de los estados superiores” (Gedler, 2006 p.
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La teoría de la “memoria involuntaria” es el principio estético
de Tren sin retorno. César nos dice que eludió los lugares comunes
relacionados con Los Teques, y más bien, como buen antimemorialista,
recrea las imágenes y recuerdos que van apareciendo en
forma inconsciente y libre: “Preferí en cambio hacer una reseña
de mis evocaciones y fantasías cuando pienso en este pueblo,
estando cerca o lejos de sus calles inclinadas, porque aquello que
me viene a la mente ha sido mi patrimonio y mi referencia de
por vida; aquello con lo que me identifico, y que lo he convertido
en mi identidad.”. (Gedler 2008 p.14)
Estos recuerdos lo edifican, lo construyen como hombre y
como artista: “Es todo lo que advierto como herencia, y al mismo
tiempo, nada más que un tren sin retorno en el que viajan
hacia la nada las reminiscencias de aquellos días bajo un cielo
metálico de soledades y sombras”. (Gedler 2008 p.16 ) Gedler
reconstruye un mundo que se opone al presente: el primero
guarda el aliento, la vida más pura, la fuerza y la belleza. Todo
dicho con una enunciación definida, pero discreta, del yo autorial,
para no debilitar al personaje escogido. Asimismo destacamos
la efectiva titulación de los relatos, la difícil virtud de
bautizarlos.
Este modo selectivo implica el caos, el desorden -otro ordental
como es el desorden del mundo y de la vida. Por eso no hay
secuencia entre capítulos-relatos-; si acotamos la pureza de la
sintaxis gramatical y el orden lógico accional dentro de cada
uno de aquellos. A partir del modo de libre elección de los temas,
el lector, en su viaje, encuentra variedad y nuevas perspectivas,
en especial en aquellos textos, donde la reflexión filosófica,
deja espacios abiertos. Estos espacios se llenan de pronto, del
silencio contemplativo del lector y nos persiguen mucho tiempo
después de la lectura. El desplazamiento dentro de la obra nos
lleva a descubrir seres, toponimias urbanas, paisajes naturales,
recobrados por su significado emotivo; penetramos los relatos
como si persiguiéramos el viaje dentro de un hipertexto.
Los libros evocativos combinan memorias, autobiografía,
cartas, retazos de diarios íntimos, reconstrucción psicoanalítica.
César escapa del formalismo autobiográfico y trabaja libremente
sus recuerdos, muchas veces como relatos literarios, donde encontramos,
ya lo dijimos, humor, poesía, filosofía y antimemorias.
Hay riqueza semántica y reflexiones en tono sereno en estos
textos. Esta bella serenidad para presentar lo reflexivo es uno
de los atributos estéticos más valiosos del libro. La experiencia
vital del emisor es dionisíaca, pero él sabe tomar distancia de lo
vivido y recrearlo apolíneamente en el relato.
En prosa rítmica y con pertinencia lingüística se dibujan los
personajes con cierta rotundidad derivada de la anécdota, más
que de la descripción adjetival. Existe una especie de “toponimia
de amigos” en estos textos, donde la condición humana
se elabora bellamente en personajes de un amplio abanico social,
pero con el denominador común de calidad personal, de
ser querido, o bien, admirado, y que curiosamente mantienen
con nuestro escritor una diferencia de edad de por lo menos 20
años: El Reverendo, Perillón, Cecilio, El Ermitaño, Bernardino
Guevara, Monseñor Tinoco, Pedro Duno, Ricardo Mendoza
Díaz, La India Rosa, Miguel Castillo Didier, Luís Emilio Rondón
Bravo…
La polifonía del texto es tan rica como las fuentes del libro:
la abuela, la madre, ancianos, relatores orales, personajes singulares,
él mismo. El lenguaje oral popular y el lenguaje culto se
combinan con gracia y equilibrio. Son frecuentes largos párrafos
con varias oraciones coordinadas, y una subordinada, como
es frecuente en el narrador oral.
Los textos poseen coherencia, claridad expresiva e interés expositivo
del comienzo al final, por el modo de narrar, por la calidad
de la anécdota, que destaca lo humano mediante el humor
o a través de la opinión autorial. Otras veces, el tono elegíaco
trae la poesía.
De Los Teques, de la infancia, de los amigos, de la juventud,
César hace una selección sensorial y afectiva que se reconstruye
en el discurso. La ciudad es recordada, soñada y real al mismo
tiempo; hecha de piedras, árboles, sombras, personajes…y de
palabras en estos textos, que siendo verdaderos, parecen ficticios
por su literariedad. Se da, entonces, el viaje inverso hacia
el fulgor del arte, a partir del lenguaje. El emisor, de este modo,
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ejercita en el lector la imaginación y la fantasía.
“Se vive cuanto se siente” nos dice Gedler. La sensación, los sentidos,
construyen la vida y el lenguaje de estos textos. Lo vivido
se transmuta en gracia, goce y saudade, en imágenes vivas; por
eso sonreímos y también nos entristecemos líricamente con estas
lecturas. Gedler hace una selección sensorial a veces apasionada,
que intensifica el relato, y que se muestra en la expansión del
discurso, en especial de las anécdotas que suceden unas a otras
pero sin agobiar al lector. Y sin desviaciones formales extremas.
La emotividad lingüística para reconstruir el pasado es esencial
en este libro. Se establece un nexo de fuerte interrelación a
nivel pragmático, entre el tema y el autor, valga la redundancia.
Los Teques es la ciudad del retorno definitivo; el lugar de las más
vivas y soleadas rosas del recuerdo, pero también de las mórbidas
fragancias de la oscuridad, de donde emergen los hombres
que no la amaron, que la anularon como “aetas aurea”, como
ciudad de la neblina.
Diríamos que la obra bibliográfica de César Gedler, hasta
ahora, es una estructura unitaria donde destacan: la buena
prosa cercana al habla, sin dejar de ser culta; la filosofía existencial;
la exploración de la condición humana; la cultura popular.
Todo esto, muchas veces relacionado con alguna vivencia o con
una anécdota singular.
De este modo, este “Tren sin retorno”, nos ofrece un mundo,
dentro de un ciclo total, dotado de rigor creativo, nostalgia, imaginación,
belleza y humanidad. Un mundo hecho de imágenes
que parecen recogidas detrás de los cristales de un tren, que sin
retorno, se dirige al alma. Un viaje que va del fuego del fogón
del hogar a la neblina de las altas montañas silenciosas.

Ros a l i n a G a r c í a
Bosque de Carrizalito, Octubre de 2008.

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