Alí el gallero

Alí El Gallero.
El instinto de lucha y muerte es una propensión que vive en el hombre, y lo conduce desde el esfuerzo por la sobre vivencia, hasta las más crueles guerras que se hayan conocido. Sin embargo, hay una manera de sublimar la fuerza bruta, para convertirla en una técnica exterior e interior de defensa y ataque, que opera con base en la observación e imitación de los movimientos de algunos animales como la grulla, el mono o el tigre, y que muchas culturas desarrollaron hasta convertirla en un arte.
El kung fu, karate, o el teekwondo, por nombrar algunas, se desarrollaron en la China como una disciplina de auto desarrollo, cimentada en la respiración adecuada para el control del movimiento, y el aprovechamiento al máximo de la energía ying y yan. Posteriormente derivaron en un sistema de defensa personal para repeler la agresión. En esta misma línea encontramos al Samurai, o antigua casta guerrera del Japón, y a los gladiadores griegos y romanos, que alcanzaban los grados de su crecimiento en el equilibrio interior para vencer el desorden exterior, tanto en sí mismos como en los enemigos.
Pero no siempre es el hombre el sujeto de la acción, sino que en muchos casos, son los mismos animales que sirven de modelos guerreros, los que se entrenan para brindar el espectáculo de su agilidad y coraje en la pelea, y aquietar de este modo la compulsión humana al desafío y la derrota del contrario. Esa manera de drenar las emociones acumuladas, mediante la proyección de las propias fuerzas agresivas en la figura del animal que se bate en combate hasta la muerte, es un fenómeno que se desdibuja en la historia ancestral del ser humano. Uno de estos casos lo conforman los desafíos de gallos, que son entrenados por manos expertas para convertirlos en gladiadores del ruedo.
“Para ser gallero, aparte del amor por los animales, que es lo más importante, hay que ser una persona disciplinada. Muchos se preguntarán el por qué, si uno ama los animales los prepara para la lucha, pero eso es así. La naturaleza del gallo es la pelea, tal como el soldado se prepara para la guerra. Y el que juega gallo, también debe estar preparado para ganar no ganar, sin que eso lo lleve a volverse loco” Así se expresa Alí el gallero al comenzar una larga conversación sobre ese antiguo oficio que es la preparación de los gallos, para convertirlos en campeones del pico y la espuela. Su nombre de pila es Alí Navarro González, nacido en Caracas, un 20 de Julio del año 45. Un hombre comedido, discreto, y de palabra reflexiva, a quien todos aprecian en su comunidad por su condición amable y servicial.
“Por ser ordenado trabajé 25 años como diseñador en una compañía alemana, de gente seria y exigente. Entré como ayudante de limpieza, y como ellos vieron mi dedicación, me pasaron a una máquina cortadora; después al departamento de montaje, y luego como diseñador, hasta que finalmente fui supervisor de la imprenta hasta mi jubilación. Ya vivía acá en Los Teques, y la imprenta estaba en La Urbina. Comenzaba a trabajar a las 5 de la mañana, y como no tenía reloj, me despertaba cuando un vecino prendía la luz a las 4 en punto, y en un momentito estaba agarrando el autobús que llegaba hasta Petare y me dejaba cerca. Todo gracias a mi disciplina”
La tradición de las peleas de gallo nos llega de España con los primeros invasores colombinos. Por eso nos atrevemos a decir que Alí nació con la vocación en su sangre. Cuando apenas tenía cinco años, su padre lo llevaba a la cuerda de gallos que tenía por los lados de Prado de María, el recordado cochero Isidoro Cabreras, que cargó en su Victoria inglesa a la mayoría de los caraqueños de su época. Estar ahí para aquel niño, era superior a visitar el mejor parque, o una feria de juguetes, porque desde entonces sentía que aquél era su mundo. Le bastaba con mirar el plumaje de algún animal, su porte, su canto, y el ritual de entrenamiento, para saber cuál sería ganador. Su padre y el cochero se percataron de esta sabiduría instintiva de Alí, y le preguntaban su opinión cuando se trataba de jugar un gallo, con la misma confianza que se le otorga a un criador profesional.
El gallo es uno de los símbolos más universales y cargado de alegorías, al lado del águila, el león, o el pez. Se lo asocia con las veletas que antiguamente se colocaban en la cúpula de las iglesias como figura solar, para ilustrar el nacimiento del día, la resurrección, el llamado a la plegaria, y la negación de San Pedro, después de la última cena. También es referencia griega, por la alusión que hiciera Sócrates en el momento de su muerte, de ofrendarle a Asclepio, un gallo como pago por darle la mayor curación, que es la muerte. En la astrología china, determina el temperamento y carácter de la persona que nace en el año que rige este animal. En la India personifica la energía de Skanda, o luz divina. En los ritos funerarios de los antiguos germanos, el gallo se sacrifica a los muertos, para que se mantengan vigilantes del camino correcto en el más allá; en muchas religiones africanas la sangre derramada del gallo, protege a quien la ofrece, de los males y peligro de sus enemigos, y en la tradición cultural de casi todos los pueblos de la tierra, su mayor reconocimiento es ser símbolo de valentía, fertilidad, elegancia y alegría.
Por todo lo anterior podemos considerar que el oficio de gallero va mucho más lejos que la técnica de crianza y la observación de las cualidades de estas aves. En su esencia, el criador vive compenetrado con el mundo de los gallos. Se identifica con su lenguaje, lo personifica, le da nombre, siente sus emociones y sus reacciones y las respeta, se adecua a ellas, las canaliza, las educa en forma particular, siente en su carne cuando el animal ya no puede seguir peleando y lo rescata del ruedo, lo cura, le habla, y ya restablecido le pone al lado las mejores gallinas para que recupere su estima.
“Yo no sé cómo, pero mis gallos me comprenden y se dejan guiar por mi. Estoy con ellos desde las 4 de la mañana hasta caer la tarde, y entre nosotros no hay secretos. Ellos saben si les voy a dar comida o si los voy a bañar, En una pelea, un gallino que crié estaba perdiendo, pero yo sabía que estaba aturdido y necesitaba tiempo. En una de esas, cuando el sambo contrario se le vino encima, yo le dije: “ahora si. Acábalo”, y el gallino lo remato de dos espuelazos, cuando todo el mundo lo daba por perdido”
Alí conoce la influencia de la Luna sobre los gallos. Lo primero que advierte es que se deben jugar en la misma fase lunar en que nacieron. Después nos informa que los sambos y Camagüey se deben pelear en cuarto menguante, así como los negros y giros en Luna creciente. Las cirugías y curas hay que hacerlas en menguante para que no se desangren, y las mejores crías se cogen en Luna llena. Finalmente sentencia: “en lo posible, hay que evitar que los gallos peleen en Luna nueva, porque en esa época los brujos preparan sus gallos con azufre”
A la pregunta de cuál es el gallo que más recuerda, nos responde sin titubeos: “El gallo de la Pasión”
César Gedler

1 comentarios:

Zoe Flores 9 de abril de 2021, 6:03  

Qué hermoso texto. Cambió mi visión del oficio de gallero, totalmente. Logré ver la poesía del oficio. Gracias César.

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