LA GUERRA DE LOS MANTUANOS


La guerra de los mantuanos

La guerra fue larga Juvenal. Larga y dura. Y en la guerra, después que se cierran las heridas del cuerpo, se abren las del alma. Ya se la veía venir cuando se alzó Chirino con su poco de zambos y negros cimarrones. Después a José María le frieron la cabeza y la pusieron donde todos la vieran para que escarmentaran, pero de nada valió. Los mantuanos querían mandar ellos solos y se la jugaron completa aquel Jueves Santo en lo que el cura le hizo señas al pueblo para que negara el mando de Emparan, después que habían dicho que sí lo querían. En lo que el capitán respondió que entonces él tampoco quería mando, los mantuanos lo sometieron con el resto de los mandatarios que representaban la Corona y los zamparon directo a pasar calor en las mazmorras de la Guaira, y a obedecer como cualquier caraqueño de orilla, antes de mandarlos para su tierra. Con las mismas redactaron un oficio donde se declaraban libres de la opresión francesa, y lo hicieron leer en varias partes de la ciudad en donde habían preparado a una gente para que gritara : "Viva nuestro Rey Fernando VII, el nuevo Gobierno, y el muy Ilustre Ayuntamiento y Diputados del Pueblo que lo representan".
Muchos creyeron que la cosa iba a ser fácil. Pensaban que el Rey estaba listo por la vaina que le habían echado los franceses poniendo a mandar en el mismísimo palacio Real al hermano de Bonaparte, pero se equivocaron de punta a punta y tuvieron que arrear con las consecuencias cuando España se recuperó y les mandó aquel ejército entrenado para las batallas en cualquier terreno. Pero lo que más les dolió fue que tanta gente, sobre todo los blancos orilleros y los mestizos de postín, se rajaron para defender a la godarria partidaria del Rey, como pasó en Valencia un tiempo después, cuando Miranda los puso en su sitio.
Más de diez años Juvenal, más de diez años duró aquella lavativa. No hubo quien no llorara a un pariente, quien no perdiera su negocio o su cosecha, quien no viera más a muchos amigos, o que pensara que aquella guerra era el fin del mundo, y que el demonio estaba quemando todo, para que no quedara ni rastro ni esperanza, y supieran lo que era guaral mojao, si querían alcanzar la libertad.
No sólo fue la guerra, sino que también vino una sacudida que se echó la tierra, donde murieron más de 10.000 personas, y como era un Jueves Santo igual al día del alzamiento, los frailes se aprovecharon para decir que era un castigo del cielo, por traicionar a su amo legítimo. Fue la única vez que vi a Bolívar en camisa. Con cara de arrecho y voz de mando, le dio un empujón al fraile que estaba hablando, y lo tiró al piso. En seguida le grito a la gente que se calmara, que los terremotos eran cosas de la naturaleza; y para darle brío a los timoratos, gritó más fuerte que si ella se oponía, también se le daría lo suyo, para que obedeciera.
Así son los mantuanos Juvenal, incluyendo a sus mujeres. El mundo les pertenece en todo lugar y en todo momento. Por eso la gente de Caracas no se extrañó cuando desconocieron el poder de la Corona. Son grandes cacaos, y a un gran cacao se le permite siempre quitar y poner capitanes generales e intendentes de acuerdo a sus intereses y a sus caprichos, sin importarles que desde allá se ordenara y se volviera a ordenar. Parte de esa gente además, ha estado metida hasta el fondo en algo que llaman La Cofradía, y eso los hace distintos, por donde quiera que se los mire, porque su pensamiento es el mismo de los liberales de aquellas tierras, que se reúnen en secreto, y creen en la libertad y la igualdad de todos los hombres.
No sólo tienen tabaco en la vejiga, sino mucho magín y tanto mundo como el que más. Yo dificulto que en otras partes haya muchos hombres de galanura y seso como aquí. El general Miranda lo repitió varias veces el día que firmaron el Acta: “En cuanto a los talentos y personas ilustradas, en Caracas hay más que en sitio alguno de los Estados Unidos”. Y eso es mucho decir. Lo que no dijo Miranda, es que la mayoría tiene un pacto sagrado con esas nuevas creencias, y eso los hace actuar con honor verdadero, como el que le sobra a un hijodalgo.
Lo que nadie esperaba es que por retruque, fuera el propio Taita Boves quien los salvara, pues él formó el primer ejército de verdad, compuesto por negros esclavos, mulatos, indios y pardos. Es cierto que peleaban por el botín y la hembra, pero bajo una disciplina que no tenían los soldados contrarios. El Taita no tuvo contemplación con los grandes cacaos. Donde aparecía, mandaba a la tumba tanta gente como la que ocasionaba la peste. Cuando Zaraza le clavó la lanza y lo dejó tieso, su ejército se desperdigó y arrasó con cuanto se les atravesó en el camino desde Urica hasta Guayabal, un pueblo sin ley a donde iba a parar todo el que no tenía rumbo.
Y a ese pueblo llegó mi general Páez, sabiendo lo que quería. Ese hombre nunca supo tener miedo, y se entendía en las mismas palabras con aquella cuerda de amotinados que ya no tenían regreso. Uno a uno lo siguieron, convencidos de que si no los mataba el enemigo, lo haría el Catire, si lo traicionaban.
Por eso digo que el Taita les hizo el favor, porque con ese ejército no quedó lugar donde se oliera sangre española. A lanza y machete se ganó a Venezuela. Los libertadores siempre fueron los primeros en pelear y dar ejemplo, y por eso el pueblo se multiplicó en su favor con cada día. Nadie comía antes de la batalla. Nada más que aguardiente con pólvora por bebida. Las mujeres venían atrás para curar heridos, y prepararles la fiesta a los vencedores con bandola, maracas y baile parejo, porque así es la guerra, mide a los hombres por sus condiciones, y les devuelve lo que se ganan en tristezas y alegrías.
Por eso te pido Juvenal, déjame quedarme callado sobre lo que vino después de tanta sangre. Quien ha estado en la guerra no quiere ni nombrarla.
César Gedler
www.cesargedler.com

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